AGUILAS CUADRANGULARES DE ARAUCA  
 
  LECTURA RECOMENDADA 30-06-2025 13:32 (UTC)
   
 
En el principio
1. A imagen de Dios
Entonces dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra; y manden en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en todas las alimañas terrestres y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Y creó Dios al ser humano a su imagen, a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y díjoles: Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra, y sometedla.
Génesis 1.26-28
En el primer capítulo de la historia de la creación, leemos que Dios creó a la humanidad –tanto varón como hembra –a su propia imagen, y que Él los bendijo y les mandó que fueran fructíferos y que cuidaran la tierra. Desde un principio, Dios se muestra como el Creador que «vio todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera». Aquí, al principio de la Biblia, Dios nos revela su corazón.
 
Aquí descubrimos el plan de Dios para nuestras vidas. Muchos, si no la mayoría, de los cristianos del siglo veinte desechan la historia de la creación, considerándola un mito. Otros insisten que sólo es válida la interpretación más estricta y más literal de Génesis. Yo simplemente tengo reverencia por la palabra de la Biblia tal como es. Por una parte, no consideraría desechar con argumentos ninguna parte de las Sagradas Escrituras. Por otra parte, creo que los científicos tienen razón al advertirnos que la Biblia no se debe tomar demasiado literalmente. Según dice San Pedro: «Para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» (2 Pedro 3.8).
 
La imagen de Dios nos hace seres singulares
La manera exacta en que fueron creados los seres humanos seguirá siendo un misterio que sólo el Creador puede revelar. Sin embargo, estoy seguro de una cosa: ninguna persona puede encontrar significado ni propósito sin Dios. En vez de desechar la historia de la creación simplemente porque no la entendemos, debemos encontrar su verdadero significado profundo y volver a descubrir su pertinencia para nosotros hoy.
 
En nuestra época degenerada, casi se ha perdido completamente la reverencia para el plan de Dios según se describe en el libro de Génesis. No apreciamos lo suficiente el significado de la creación: la importancia tanto del hombre como de la mujer como criaturas formadas a la imagen y semejanza de Dios. Esta semejanza nos distingue de manera especial del resto de la creación y hace que toda vida humana sea sagrada (cf. Génesis 9.6). Ver la vida desde cualquier otro punto de vista, por ejemplo, es considerar a los demás solamente en base a su utilidad, y no como Dios los ve; significa ignorar su valor y dignidad innata.
 
¿Qué significa la creación «a imagen de Dios»? Significa que debemos ser una ilustración viviente de la persona de Dios. Significa que somos colaboradores que comparten su obra de crear y alimentar la vida. Significa que pertenecemos a Dios, y que nuestro ser, nuestra misma existencia, siempre debe mantenerse relacionado con Él y estar bajo su autoridad. En el momento en que nos separemos de Dios, perdemos de vista nuestro propósito aquí en esta tierra.
 
En Génesis leemos que tenemos el espíritu viviente de Dios: «Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Génesis 2.7). Al darnos su espíritu, Dios nos convirtió en seres responsables que tienen la libertad de pensar y actuar, y de hacerlo con amor. Sin embargo, aun si poseemos un espíritu viviente, seguimos siendo sólo imágenes del Creador. Y si consideramos la creación desde un punto de vista enfocado en Dios, y no en los seres humanos, entenderemos nuestro verdadero lugar en su orden divino de la vida. La persona que niega que tiene su origen en Dios, que niega que Dios es una realidad viviente en su vida, pronto se perderá en un vacío terrible. Por fin, se encontrará atrapada en una autoidolatría que trae consigo el desprecio propio y un desprecio hacia el valor de los demás.
 
¿Qué seríamos si Dios no hubiera soplado en nosotros su aliento de vida? Toda la teoría de evolución de Darwin, fuera de contexto, es peligrosa e inútil porque no está enfocada en Dios. Algo dentro de cada uno de nosotros se rebela contra la idea de que hemos sido producidos por un universo sin ningún propósito. Dentro de lo más profundo del espíritu humano existe la sed de conocer lo que es perdurable e imperecedero.
 
Ya que somos creados a la imagen de Dios, y Dios es eterno, no podemos, al final de la vida, desvanecernos simplemente como el humo. Nuestra vida está arraigada en la eternidad. Christoph Blumhardt2 escribe: «Nuestras vidas llevan la marca de la eternidad, del Dios eterno que nos creó para ser su imagen. Él no quiere que nos inundemos en lo transitorio, sino que nos llama a sí mismo, a lo que es eterno».Dios ha colocado la eternidad en nuestros corazones, y en lo más profundo de cada uno de nosotros existe un anhelo por la eternidad. Si negamos esto y vivimos sólo por el presente, todo lo que nos sucede en la vida quedará cubierto de conjeturas tormentosas, y seguiremos profundamente insatisfechos. Ninguna persona, ningún arreglo humano, jamás puede llenar el anhelo de nuestras almas.
 
La voz de la eternidad habla más claramente en nuestra conciencia. Por eso la conciencia es, quizás, el elemento más profundo dentro de nosotros. Nos advierte, despierta y dirige en la tarea que nos ha dado
Dios (cf. Romanos 2.14-16). Y cada vez que se hiere el alma, nuestra conciencia nos acusa con vehemencia. Si le hacemos caso a nuestra conciencia, nos puede guiar. Sin embargo, cuando estamos separados de Dios, nuestra conciencia titubeará y se descarriará. Esto le sucede no sólo a una persona, sino también a un matrimonio.
 
Desde ya en el capítulo 2 de Génesis, leemos acerca de la importancia del matrimonio. Cuando Dios creó a Adán, dijo que todo lo que había hecho era bueno. Luego creó a la mujer para ser una ayuda y colaboradora del hombre, porque vio que no era bueno que el hombre estuviera solo. Este es un misterio profundo: el hombre y la mujer – lo masculino y lo femenino – deben estar juntos para formar un cuadro completo de la naturaleza de Dios y ambos se pueden encontrar en Él.
 
Juntos llegan a ser lo que ninguno de ellos podría ser solo y separado. Todo lo que Dios ha creado nos ayuda a entender su naturaleza: las montañas majestuosas, los océanos inmensos, los ríos y las grandes expansiones de agua; las tormentas, los truenos y relámpagos, los grandes témpanos de hielo flotante, los campos, las flores, los árboles y helechos. Hay poder, aspereza y hombría, pero también hay ternura, calor materno y sensibilidad. Y así como las diferentes formas de vida en la naturaleza no existen aisladas unas de otras, así también los hijos de Dios, varón y hembra, no existen a solas. Son diferentes, mas los dos fueron creados a la imagen de Dios y se necesitan el uno al otro para realizar sus verdaderos destinos.
 
 
Cu ando se desfigura la imagen de Dios, las relaciones personales de la vida pierden su propósito
 
Es trágico que en muchos aspectos de la sociedad actual, las diferencias entre el hombre y la mujer han quedado borrosas y distorsionadas. La imagen pura y natural de Dios se está destruyendo. Se habla interminablemente de la igualdad entre el hombre y la mujer, pero en realidad, las mujeres son maltratadas y explotadas ahora más que nunca. En el cine, en la televisión, en revistas y en carteleras, la mujer ideal (y, cada vez más, el hombre ideal) se muestra como un simple objeto sexual.
 
Ya no son sagrados los matrimonios de nuestra sociedad. Cada vez más se consideran como experimentos o como contratos entre dos personas que miden todo en base a sus propios intereses. Y cuando fracasan los matrimonios, siempre existe la alternativa de un «divorcio sin culpa», y después se intenta otro matrimonio con una nueva pareja.
 
Muchas personas ya ni siquiera se molestan en hacer promesas de fidelidad; simplemente viven juntos. Se desprecia a las mujeres que dan a luz y se dedican a sus hijos o que siguen casadas con un solo hombre. Y aun cuando su matrimonio es saludable, a menudo se ve a la mujer como víctima de la opresión y se supone que necesita ser «rescatada» del dominio de su esposo.
 
Tampoco se aprecia a los hijos como algo de valor. En el libro de Génesis, Dios mandó: «Fructificad y multiplicaos.» Hoy evitamos la «carga» de los hijos no deseados por medio del aborto legal. Los niños son una molestia; cuesta demasiado traerlos al mundo, criarlos, y darles una educación universitaria. Representan una carga económica para nuestras vidas materialistas. Tampoco disponemos del tiempo necesario para amarlos de verdad.
 
No nos debe sorprender, entonces, que tantas personas de nuestros tiempos hayan perdido la esperanza. Que también hayan perdido la ilusión de encontrar un amor perdurable. La vida ha perdido su valor; se ha convertido en algo barato; las personas ya no la consideran como un regalo de Dios. Sin embargo, la verdad es que, sin Dios, la vida es como la muerte, y sólo quedan tinieblas y la herida profunda de vivir separados de Él.
 
A pesar de los esfuerzos y dedicación de muchas personas, la iglesia actual esta luchando rotundamente en lo que se refiere a resolver este problema. Por eso, con mayor razón cada uno de nosotros debe regresar al principio y preguntarse de nuevo: «En primer lugar, ¿por qué creó Dios al hombre y a la mujer?» Dios ha creado a todas las personas a su imagen, y ha establecido una tarea específica para cada hombre, mujer y niño en esta tierra, una tarea que Él espera que realicemos. Nadie puede hacer caso omiso del propósito de Dios para su creación ni para sí mismo sin sufrir un gran vacío interior (cf. Salmo 7.14- 16).
 
El materialismo de nuestros tiempos le ha restado a la vida su propósito moral y espiritual. Impide que veamos el mundo con admiración y con una sensación de maravilla; impide también que veamos nuestra verdadera tarea. La enfermedad de espíritu y alma que ha surgido como resultado de convertirnos en consumidores obsesionados, ha corroído nuestra conciencia de tal manera que ya no es posible reflejar claramente el bien y el mal. Sin embargo, todavía existe una necesidad muy profunda en cada uno de nosotros que nos hace anhelar lo bueno.
 
 
Encontraremos la sanación sólo si creemos firmemente que Dios nos creó y que Él es el dador de la vida, el amor, y la misericordia. Según leemos en el tercer capítulo del Evangelio de San Juan; «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él».
 
En el hijo de Dios, en Jesús, aparece la imagen de Dios con la mayor claridad y acabamiento (cf. Colosenses 1.15). Como la imagen perfecta de Dios, y como el único camino al Padre, Él nos trae vida y unidad, felicidad y realización. Sólo podemos experimentar su amor y bondad cuando vivimos nuestra vida en Él, y sólo en Él podemos encontrar nuestro verdadero destino. Este destino es ser la imagen de Dios; es tener dominio sobre la tierra en su espíritu, que es el espíritu creativo del amor que nos imparte la vida.
 
Tomado: libro UN LLAMADO A LA PUREZA, JHOHANN CHRISTOPH ARNOLD, “Copyright 2007 por Plough Publishing House. Usado con permiso.”
Este libro electrónico es una publicación de Plough Publishing House,
Farmington, PA 15437 USA (www.plough.com) y Robertsbridge, East
Sussex, TN32 5DR, UK (www.ploughbooks.co.uk)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Hoy habia 1 visitantes¡Aqui en esta página!
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis